Puedo imaginarme la conversación dentro de los estudios. Es fácil imaginar la emoción al ver que alguien entra por la puerta anunciando el próximo gran dinosaurio que incluirán en la saga Jurassic Park. Habla sobre un ejemplar mucho más grande que el velociraptor, con y metros de longitud en vez de 4, con mandíbulas adaptadas para realizar cortes rápidos, y unas garras de más de 30 centímetros ideales para descuartizar sus presas.
Mientras el resto se frota las manos pensando en cómo la nueva Jurassic World va a convertir ese descubrimiento de la paleontología en su próxima estrella, alguien se atreve a preguntar: Bueno, ¿y cómo se llama? Entre balbuceos y con la mirada baja, lo que antes era puro entusiasmo se torna en timidez. Se llama Joaquinraptor. Como el jugador del Betis, pero en velociraptor.
El Joaquinraptor contra los dinosaurios inventados
Descubierto en la Patagonia argentina en la que sembró el caos hace 70 millones de años, y llamado así en honor al hijo de su descubridor, el del Joaquinraptor casali es sólo un ejemplo más de cómo la paleontología sigue descubriendo especies de dinosaurio a un ritmo trepidante, mientras la industria del cine de Hollywood pasa absolutamente de ellos. Superado el clásico del T.Rex y los raptores inteligentes, el negocio de la ficción se aleja paulatinamente de todo lo que huela a cierto atisbo histórico.
Con la llegada de Jurassic World, pese a los muchos ejemplos de descubrimientos que se habían quedado por el camino, el mundo del cine optó por dinosaurios híbridos por una sencilla razón: un Indominus rex con camuflaje óptico, superinteligencia y fuerza desmedida, te vende muñecos. El Joaquinraptor, pese a la espectacularidad del espécimen, no.
Buen ejemplo de ello no es sólo cómo la última película de la saga se valió de una suerte de mezcla entre el clásico T.Rex, un Rancor de Star Wars y los xenomorfos de la saga Alien, para dar forma a su Distortus Rex. Antes de la exagerada mutación genética de Jurassic World: Rebirth, la edición de Jurassic World: Dominion hacía lo propio con el Therizinosaurus al convertir lo que a todas luces es un pollo gigante para la paleontología, en una bestia con garras enormes.
Para el mundo del cine, tirar de los clásicos y seguir sumando especies cada vez más descerebradas no sólo es la clave para evitar las eternas discusiones científicas sobre hasta qué punto son acertados o no sus diseños, también permiten crear una imagen de marketing alrededor de ellos que, más allá de su aspecto, permitan elevarlo aún más en las estanterías con un nombre llamativo. El de Joaquinraptor, por mucho orgullo latino que nos despierte, no es el caso.
Imagen | Adolfo Rangel
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