Vamos a ponernos técnicos. Todos hemos escuchado hablar del ADN pero puede que no muchos tengan claro qué es exactamente, de hecho, hasta lo confundimos con el término genoma como si fueran exactamente lo mismo. El ADN hace referencia a la cadena de compuestos que dan forma al genoma de un organismo, algo así como el libro de instrucciones para crear una vida. Si el ADN son las letras incluidas en el libro, el genoma sería el libro completo.
Uno podría pensar que en un libro no todas las letras o palabras son igual de importantes, que entre declaraciones importantísimas de un personaje a otro, probablemente haya algo de paja entre medio. No le falta razón, pero en el caso de nuestro genoma, las letras importantes, la que dan forma al exoma encargado de codificar las proteínas necesarias para la vida, equivale a apenas entre un 1 y un 2%. ¿Y el resto? Bueno, ahí es cuando entra en juego el Agente Smith de The Matrix y su famoso discurso.
Un ADN cargado de virus de nuestros ancestros
En cierto momento de la mítica película de acción y ciencia ficción, el agente de las máquinas confiesa a Morfeo que ha llegado a la conclusión de que la humanidad es un virus. Un elemento que se reproduce sin control y que intenta hacerse pasar por importante en el orden de las cosas pese a que la destrucción está en su naturaleza más profunda.
Si acudimos al ADN de nuestro genoma, la idea cobra un sentido ligeramente distinto. Si entre las letras de ese libro sólo ese pequeño porcentaje tiene la clave para la vida, hay otro grupo muchísimo mayor que no esperábamos encontrar entre sus páginas, un 8% conformado por restos víricos.
Con la intención de seguir multiplicándose, algunos virus convierten su ARN (algo así como una copia de un conjunto de letras del libro que sirve como información para la célula) en ADN para colarse dentro del genoma de una célula. Si eso ocurre en una célula de óvulos o espermatozoides, a partir de entonces ese intruso puede terminar heredándose de generación en generación. Si ahora os estáis acordando del VIH, no es casualidad, es un buen ejemplo de ello.
Frente a años de evolución, esos fragmentos dejan de tener capacidad para producir virus y se convierten en retrovirus. No sólo dejan de ser peligrosos, sino que la evolución ha hecho que también tengan su papel en el complejo proceso de la vida, ayudando a combinar y evolucionar nuevos genes o incluso sirviendo para mantener ciertos estados.
Ejemplos como el del retrovirus K111 se ha encontrado en más de 100 copias en 15 cromosomas humanos y, habiéndose convertido en objeto de estudio por la paleobiología, se cree que fue un virus que infectó a nuestros ancestros hace 6 millones de años. Lo que en su día probablemente era un virus capaz de provocar inmunodeficiencia o cáncer, hoy nos sirve como biomarcador para controlar posibles enfermedades mientras actúa como potenciador de nuestros genes.
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