Hace algún tiempo os hablé de Batman y Los Outsiders, la etapa clásica de un grupo de inadaptados del Universo DC liderados por Batman que me encantaba cuando era un chaval. Ese cómic al que tengo un cariño enorme me puso tremendamente triste enterarme el otro día de que su guionista, Mike W. Barr, no está pasando por un buen momento. Tal vez no sea un escritor tan famoso como otros contemporáneos suyos de la talla de Alan Moore, Frank Miller o Chris Claremont, pero a él le debemos algunos trabajos estupendos en el terreno de los superhéroes de los 80. Y también en la ciencia ficción, recuperando no tanto a un superhéroe legendario como a uno de los mayores héroes de la cultura pop, el mismísimo Rey Arturo. Barr formó un equipo de lujo para actualizar el mito artúrico desde una perspectiva muy moderna que se convirtió en una de las lecturas imprescindibles para los amantes del cómic de los primeros años 80: Camelot 3000.
Una propuesta arriesgada: la leyenda artúrica en el año 3000
Cuando Camelot 3000 vio la luz en diciembre de 1982, no era un cómic cualquiera. Barr, junto al ilustrador británico Brian Bolland, decidió situar a Arturo y sus caballeros en un futuro lejano, el año 3000, enfrentándose a invasores extraterrestres armados con tecnología inimaginable. Esta mezcla de leyenda medieval con ciencia ficción de alto voltaje era prácticamente inédita en la época. La idea de combinar espada y láser, magia y alienígenas, puede parecer poco original hoy, pero entonces supuso un soplo de aire fresco en el cómic mainstream.
A esta premisa se suma el despertar de Arturo y sus caballeros del sueño de siglos, una especie de El Regreso Del Caballero Oscuro medieval, donde héroes del pasado deben adaptarse a un mundo moderno lleno de tecnología y peligros que desafían su comprensión. Con este planteamiento, Barr no solo capturaba la atención del lector, sino que aprovechaba la familiaridad de la leyenda para explorar nuevas capas dramáticas y emocionales. Camelot 3000 fue uno de los primeros experimentos de DC Comics en el mercado directo para tiendas especializadas, apartándose de los kioscos de prensa.
La idea de combinar espada y láser, magia y alienígenas, puede parecer poco original hoy, pero entonces supuso un soplo de aire fresco en el cómic mainstream
Originalmente se publicó en forma de doce números publicados entre 1982 y 1985, con retrasos en los últimos números debido a la minuciosidad de Bolland en los lápices y la colaboración con distintos entintadores como el legendario Terry Austin y Bruce D. Patterson. Su trabajo exigía un nivel de detalle que convertía cada viñeta en una obra en sí misma, desde los primeros planos expresivos hasta la recreación de naves espaciales inspiradas en anatomía animal, como segmentos de columna de oveja. Es verdad que no es es el mejor trabajo de Bolland, que todavía seguiría creciendo en los años posteriores como artista, hasta lograr firmar trabajos tan espectaculares como La Broma Asesina, pero no significa que no sea uno de sus obras mejor valoradas.
Si hay un aspecto de Camelot 3000 que permanece imperecedero, es la maestría de Brian Bolland. Sus viñetas icónicas, llenas de detalles y expresividades, capturan la intensidad de la acción y la expresividad de los personajes. La imagen del Rey Arturo surgiendo de su nicho con la que arranca la acción la tengo grabada en la retina y han pasado más de 30 años desde que leí Camelot 3000 por primera vez. El trazo de Bolland y la elección de colores vibrantes logran que cada página siga pareciendo al lector algo moderno. Este nivel de cuidado fue la causa de los retrasos en la publicación, pero también cimentó la reputación de Camelot 3000 como un hito artístico en la historia de los cómics, un punto de referencia que influenció tanto a la estética del cómic europeo como a la de los títulos mainstream americanos de finales de los 80.
Héroes, villanos y complejidades humanas
Como ocurre con la mayoría de obras literarias que beben del ciclo Artúrico, las grandes gestas caballerescas y las misteriosas simbologías de Grial o el Rey Pescador quedan en un segundo plano. La fuerza de Camelot 3000 no solo reside en su premisa futurista, sino en sus personajes. Arturo se mantiene como un rey noble y apasionado, capaz de arrebatos de ira que muestran su humanidad. Su triángulo amoroso con Ginebra y Lancelot añade capas dramáticas que, como hacía Claremont en sus clásicos de X-Men para Marvel en aquellos años, mantienen al lector pegado a la historia gracias a sus tramas personales.
Entre los caballeros reincorporados al mundo del siglo XXX destaca Sir Tristan, cuya reencarnación en el cuerpo de una mujer llamada Amber se convierte en el arco más potente de la serie. Barr y Bolland exploran la disforia de género de Tristan con una sensibilidad sorprendente para la época. El lector sigue de cerca su lucha por reconciliar su identidad pasada con su presente, sin convertirlo en objeto de burla ni en víctima de lástima fácil, que en los 80 todavía estábamos ahí con este tipo de representaciones. La resolución de su historia con un amor transpositivo junto a Isolda fue revolucionaria para un cómic comercial de los años 80 y sigue siendo un hito en la representación de personajes trans en la historieta.
Otros caballeros como Sir Percival, Sir Kay o Galahad también son reinterpretados, algunos como samuráis futuristas, aunque reciben menos desarrollo que los protagonistas principales. Esto no resta fuerza al conjunto, sino que permite que Arturo y Tristan brillen como núcleos dramáticos, mientras se mantiene la diversidad visual y la riqueza de la tabla redonda.
Ciencia ficción, fantasía y política global
Camelot 3000 no se limita a la acción y la intriga romántica. Barr introduce elementos de ciencia ficción y política global que anticipan problemáticas contemporáneas. Un mundo dividido en numerosos estados y una ONU ineficaz gobernada por Mordred, hijo villano de Arturo, reflejan una visión distópica que, hoy en día, puede verse como profética frente a divisiones políticas y tensiones internacionales actuales. El cómic combina esta visión futurista con la fantasía clásica: Excalibur, la piedra, la Dama del Lago y la búsqueda del Santo Grial se recontextualizan sin perder su esencia. La interacción entre magia y tecnología crea un marco narrativo único, donde la acción futurista se siente épica, pero también cargada de resonancias históricas y mitológicas.
Además de la acción y la aventura, Camelot 3000 abordó temas que otros cómics de la época evitaban: roles de género, sexualidad, moralidad y política
Además de la acción y la aventura, Camelot 3000 abordó temas que otros cómics de la época evitaban: roles de género, sexualidad, moralidad y política. Tristan y su identidad de género son el ejemplo más evidente, pero también lo son la representación de dilemas éticos y relaciones amorosas complejas como la fidelidad matrimonial entre los personajes principales. Barr no simplifica ni suaviza estas problemáticas; las presenta con honestidad y madurez, anticipándose décadas a debates sociales que recién hoy se tratan con normalidad en medios de entretenimiento.
Aunque han pasado más de cuarenta años desde su publicación original, Camelot 3000 sigue siendo muy vigente. Su combinación de ciencia ficción, fantasía y drama humano lo convierte en una obra que trasciende su tiempo. El reciente interés por la obra, incluido su guiño en series televisivas como Legends of Tomorrow, demuestra que Camelot 3000 continúa fascinando a lectores y creadores por igual. Más allá de sus innovaciones técnicas y narrativas, la obra conserva una autenticidad emocional y un sentido del espectáculo que muchos cómics actuales han perdido, convirtiéndose en un referente imprescindible del cómic de los años 80.
CAMELOT 3000
Si algo queda claro al repasar Camelot 3000 es que no se trata solo de un cómic de aventuras o de ciencia ficción. Es una obra que combina un buen número de temas interesantes con un cuidado artístico excepcional. Mike W. Barr y Brian Bolland lograron algo que pocos equipos creativos han conseguido: actualizar un mito milenario y hacerlo relevante, moderno, emocionante y, sobre todo, humano. Para cualquier aficionado al cómic, a la ciencia ficción o a la mitología artúrica, Camelot 3000 es más que una lectura recomendada; es una experiencia que merece ser redescubierta, una obra que confirma la capacidad del cómic de los 80 para sorprender, emocionar y, por qué no, enseñarnos algo sobre el mundo y sobre nosotros mismos.
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