A principios de 1953, John Archibald Wheeler acudió al baño del tren en el que viajaba camino a Washington. En su poder están los que, sin duda alguna, son los papeles más importantes de la historia de nuestra civilización: las claves para construir una bomba de hidrógeno capaz de dejar las de Hiroshima y Nagasaki en un petardo infantil. Al salir del lavabo, la guía de seis páginas que podía cambiar el curso del mundo había desaparecido.
Lo que viene después es uno de los momentos más oscuros de la Guerra Fría. Un inesperado desenlace para los planes de Estados Unidos que terminan con una caza de brujas gubernamental, el fin de la carrera de Oppenheimer y el anuncio de la URSS de que, ahora sí, ha conseguido completar su primera bomba H. Sin embargo, en esta historia no todo es lo que parece.
El secreto más peligroso del mundo
Para empezar todos en el mismo punto, repasemos brevemente cómo hemos llegado hasta ese punto empezando por las diferencias entre una bomba atómica y una de hidrógeno. Oppenheimer ha dirigido el proyecto del Proyecto Manhattan, la bomba atómica que Estados Unidos lanzó sobre Japón y que marcaría el curso de los años siguientes. Gracias a ello pasa a ser asesor principal del gobierno en temas nucleares, y cuando empieza a plantearse la creación de la bomba de hidrógeno, se convierte en uno de sus principales detractores.
Digamos que si la bomba atómica ya era un horror, la de hidrógeno es algo cien veces más destructivo. Mientras que la primera se encarga de romper núcleos de átomos pesados derivando en una explosión de energía, la de hidrógeno hace explotar una atómica para que, al detonarse, ponga en marcha una fusión de átomos tal para liberar aún más energía tal y como hace el Sol.
Oppenheimer cree que el proyecto no es viable y que dar alas a algo así es una barbaridad que va a llevar al mundo a la ruina. Que lo de Japón ya ha sido cruzar una línea innecesaria y que seguir escalando esa posibilidad puede terminar con el planeta entero si la URSS se suma a esa locura. Al otro lado de la mesa del debate está Edward Teller, que ha descubierto cómo hacer viable la bomba H, y parte del gobierno que quiere adelantarse a los rusos a toda costa.
Con la intención de ganarse al Congreso y demostrar que las dudas de Oppenheimer eran una farsa, envían el documento que demuestra su viabilidad como una carta certificada clasificada como Secret a John Wheeler, uno de los físicos del proyecto. El objetivo es que la lleve en mano hasta Washington lo antes posible saltándose cualquier burocracia. De haber sido un documento clasificado como Top Secret no habrían podido acelerar ese proceso, así que cualquier posibilidad de proteger el paquete con escolta armada queda fuera de la ecuación. Es el primer error que cometen.
Con los documentos en su poder, Wheeler pone rumbo a Washington en un tren de cama, donde la noche del 6 de enero vuelve a leerse los papeles y realiza varias anotaciones. Tras ello, lo guarda en la maleta y se pone a dormir. Tras ser despertado por el revisor a las 6:45 de la mañana, acude al baño maleta en mano. Para no ir cargado, pero sin dejar de lado el sobre, lo saca y lo encaja entre unas tuberías del cubículo del baño para hacer lo suyo.
Todo misterio tiene una explicación
Termina, sale, empieza a lavarse, y se da cuenta de que el sobre se ha quedado dentro. No es el único problema. Hay alguien que ha entrado al mismo baño. Se pone a vigilarlo subido al lavabo del baño para intentar ver qué hace y, al salir, vuelve raudo a por el sobre. Parece que está intacto y nadie lo ha movido de su sitio, así que tras vestirse y tranquilizarse, vuelve a emprender la marcha. Cuando acude al maletín para echar un vistazo al sobre de nuevo, los documentos han desaparecido.
Quedan otros documentos con material menos importante, pero la clave para dar forma a la bomba H, los seis papeles más importantes del mundo en ese preciso instante, esos han desaparecido por completo. Aunque al FBI parece importarle poco que un señor haya perdido unos papeles, basta con decir que son sobre la bomba de hidrógeno para que toda la maquinaria se ponga en marcha.
No sólo no los encuentran por ningún sitio, sino que los despidos que llegarían después terminarían con la carrera de Oppenheimer. A Wheeler sólo le cayó un rapapolvo porque lo necesitaban para dar forma a la bomba, pero la cadena de acontecimientos termina empujando a los defensores de la bomba H a afirmar que Oppenheimer es un agente encubierto de la URSS y por eso quería frenar el proyecto. Lo de implicarlo en el robo de los papeles no se certifica, pero se intuye.
Siete meses después de la desaparición de los documentos, la URSS anunciaba que había conseguido crear su primera bomba de hidrógeno. Sin embargo, el FBI no cree que esa película de espías que algunos se montaron en su cabeza ocurriera realmente. Sin haber encontrado archivos soviéticos que hagan referencia a ello, y habiendo evitado Rusia la posibilidad de vanagloriarse del engaño, creen que lo más probable es que Wheeler se tumbase en la cama del tren aquella noche y, aunque dice haber guardado los papeles en el maletín, nunca lo hiciese.
Puede que se quedase dormido en el proceso o que simplemente los dejase apartados, pero la tesis oficial asegura que lo más probable es que los papeles terminasen perdidos entre las sábanas y, de ahí, a alguna papelera cuando se realizó el servicio del tren. El resto sólo es una mezcla de politiqueo de la Guerra Fría, paranoia, y el fallo más tonto y humano que se puede llegar a cometer. Uno que, en cualquier caso, cambió la historia de la bomba H.
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