Lo confieso: me siento un poco sucio remendando esta serie. No porque no sea extraordinaria, que lo es, y mucho, sino porque siento que estoy traicionando a Alan Moore. El legendario guionista británico detesta cualquier intento de adaptación o secuela de Watchmen, su obra maestra junto al dibujante Dave Gibbons. Y lo entiendo. Las grandes corporaciones han exprimido su legado hasta la saciedad, convirtiendo lo que fue una demoledora crítica al género superheroico en una franquicia rentable. Pero, claro, luego pienso que a Alan Moore lo que yo haga o deje de hacer le importa lo mismo que el horóscopo de esta semana. Así que si alguien me lee y decide descubrir esta joya, prefiero que disfrute de una historia tremenda antes que el viejo mago de Northampton me ponga dos velas negras.
Watchmen: más que una secuela
La serie Watchmen, creada por Damon Lindelof (The Leftovers, Lost), no es una adaptación directa del cómic. Es algo mucho más audaz: una especie de secuela espiritual, un remix que recoge los temas, personajes y obsesiones del original para lanzarlos treinta años hacia el futuro. La historia arranca en 2019, en un mundo donde la paz global parece asegurada tras el plan de Ozymandias, sí, aquel genio sociópata del Watchmen original. Robert Redford es presidente de Estados Unidos y ha impulsado un ambicioso programa de reparaciones históricas a la población afroamericana. Doctor Manhattan medita en Marte, y los héroes enmascarados son ahora policías ocultos tras máscaras.
En este escenario aparece Angela Abar, interpretada por una soberbia Regina King. Es una agente de policía que vive una doble vida: por el día regenta una pastelería, por la noche se enfunda el uniforme de Hermana Noche (Sister Night), una vigilante que combate a la organización supremacista conocida como la Séptima Caballería. Este grupo, inspirado por la figura del difunto detective y vigilante Rorschach, se ha apropiado de su imagen y su discurso para justificar la violencia racial. Lo que sigue es una trama compleja, llena de giros, simbolismos y conexiones con la historia original, pero que nunca se pierde en la nostalgia. Lindelof no homenajea a Moore: lo desafía, lo discute y, paradójicamente, lo honra al hacerlo.
Una mirada política sin tapujos
Si algo define a la Watchmen de HBO Max es su frontalidad política. La serie no se refugia en la alegoría: te lanza la realidad a la cara desde su primera escena. Y eso que han pasado 6 años desde su estreno y la cosa no estaba tan mal como lo está ahora. El episodio inicial recrea la masacre de Tulsa de 1921, un hecho real que muchos estadounidenses desconocían hasta ver la serie. Aquella matanza, donde una turba blanca arrasó uno de los barrios negros más prósperos del país, sirve aquí como detonante moral de todo lo que vendrá después. Y también como recordatorio de que el racismo estructural no es una invención de la ficción.
La amenaza no viene del comunismo ni de un dios azul todopoderoso, sino del extremismo racial y la violencia instituciona
En lugar de centrarse en la Guerra Fría, como hacía el cómic, Lindelof traslada la paranoia al presente: la amenaza no viene del comunismo ni de un dios azul todopoderoso, sino del extremismo racial y la violencia institucional. Watchmen convierte el mito del superhéroe en una reflexión sobre el poder, sobre cómo las instituciones pueden perpetuar las mismas injusticias que dicen combatir sobre la política de la fuerza en democracia. Y lo hace con la misma crudeza con la que Moore desnudó el género en los años 80.
La memoria histórica como motor dramático
Una de las ideas más brillantes de la serie es cómo utiliza la memoria histórica no solo como contexto, sino como argumento. En Watchmen, recordar es un acto político. La representación televisiva de la masacre de Tulsa no es gratuita: es una forma de cuestionar quién decide qué se recuerda y qué se olvida. En España sigue abierto el debate sobre la memoria histórica y el nombre de calles y plazas cuando todavía se están sacando cuerpos sin nombre de las cunetas de las carreteras, así que el tema no podría ser más actual incluso para dos sociedades tan diferentes como la norteamericana y la española. Los flashbacks, las cintas ocultas y los secretos familiares funcionan como metáforas de un país que aún no ha hecho las paces con su pasado.
Watchmen nos recuerda que la historia oficial está llena de máscaras, y que a veces hay que quitarlas a la fuerza para ver la verdad
Angela Abar encarna esa tensión entre memoria y olvido. Su historia personal se entrelaza con la de los primeros vigilantes, los Minutemen, y especialmente con la de Justicia Encapuchada (Hooded Justice), cuya identidad oculta cambia por completo el sentido del mito superheroico. Watchmen nos recuerda que la historia oficial está llena de máscaras, y que a veces hay que quitarlas a la fuerza para ver la verdad. En ese sentido, la serie dialoga con los debates actuales sobre reparación, reconocimiento y educación histórica, temas que también resuenan más allá de Estados Unidos.
Raza, identidad y el precio de la justicia
El cómic original jugaba con la idea de que los héroes enmascarados eran en el fondo personas rotas, impulsadas por traumas, deseo o culpa. La serie lleva esa idea más lejos: ¿qué pasa cuando el vigilante no busca venganza ni gloria, sino justicia social? En la Tulsa de Watchmen, los policías también se ocultan tras máscaras, porque la violencia contra ellos se ha vuelto cotidiana. Esa inversión, los agentes del orden escondiéndose como si fueran criminales, plantea un dilema fascinante: ¿puede la fuerza proteger la libertad sin convertirse en su enemiga? Es una vuelta de tuerca a aquella maravillosa idea de quién vigila a los vigilantes.
El guion no ofrece respuestas sencillas, pero plantea las preguntas correctas
La tensión racial no es solo el decorado para la acción de la serie. Es el núcleo de la historia. La Séptima Caballería representa el supremacismo más literal, pero también el miedo a perder los privilegios históricos. Frente a ellos, Hermana Noche y sus aliados encarnan una resistencia que mezcla heroísmo, contradicciones y dolor. La serie se atreve a explorar las grietas del sistema y a preguntarse si la justicia, en una sociedad fracturada, puede existir sin romper las reglas.
Dilemas morales en un mundo sin dioses
Lindelof no huye de la ambigüedad moral a la hora de dar respuestas. En Watchmen nadie tiene razón del todo, y eso la hace tan poderosa. Los personajes actúan movidos por principios, pero esos principios chocan entre sí. ¿Hasta dónde debe llegar un Estado para garantizar la seguridad? ¿Quién vigila a los vigilantes, cuando los vigilantes son la policía? El guion no ofrece respuestas sencillas, pero plantea las preguntas correctas, esas que incomodan y persisten cuando se apaga la pantalla.
El regreso de viejos personajes, como Laurie Blake (antes Espectro de Seda, ahora una fría agente del FBI interpretada por Jean Smart) o un excéntrico Ozymandias encarnado por Jeremy Irons, no sirve para alimentar la nostalgia, sino para mostrar el peso del tiempo y de las decisiones, las buenas y las malas. Todos arrastran las consecuencias de su pasado. En este sentido, Watchmen demuestra que los superhéroes solo son interesantes cuando sus poderes no los salvan del todo, cuando su humanidad les pasa factura. La frase no es mía, pero soy incapaz de saber de dónde la saqué.
Un espejo global sobre racismo y poder
Aunque Watchmen nace del imaginario político estadounidense, su eco se siente en cualquier parte. En España, en América Latina o en Europa, los debates sobre memoria, violencia policial o justicia social son cada vez más presentes. La serie conecta con ellos porque entiende que los héroes no existen en el vacío: son productos de su tiempo, reflejos de nuestras contradicciones.
Watchmen demuestra que los superhéroes solo son interesantes cuando sus poderes no los salvan del todo, cuando su humanidad les pasa factura
La crítica internacional reconoció este enfoque. Se habló de Watchmen como "una reescritura necesaria" del cómic, una obra que, sin traicionar su espíritu, lo actualiza para una nueva era. Creo que no es necesario, que el cómic de Watchmen es perfecto como es. Pero comprendo la actualización: Donde Moore usó el miedo nuclear, Lindelof usa la desinformación y la desconfianza en el sistema. Donde antes había dioses ahora hay una sociedad sin veleta moral. Y eso la convierte en una serie que no solo entretiene, sino que educa, que provoca conversación y que invita a mirar hacia fuera y a los demás, más allá de la pantalla.
Watchmen es, sin duda, una de las mejores series de la última década. Pero más allá de su factura impecable, de sus actuaciones brillantes y de su guion inteligente, lo que la hace inolvidable es su capacidad para hacernos pensar. Habla de poder, de memoria, de justicia y de quién tiene derecho a escribir la historia. Y lo hace sin moralinas ni discursos vacíos, con una fuerza visual y narrativa que te atrapa desde el primer minuto. Puede que Alan Moore no quiera saber nada de ella, pero su sombra, su espíritu punk y anarquista, está en cada fotograma. La serie de Watchmen no es un homenaje servil, es un desafío. Una inesperada conversación incómoda entre generaciones que parece haberse colado entre las producciones de una gran corporación como es Warner Bros. Discovery. Y, seamos sinceros, da igual lo que se estrene mañana: será difícil que alguien haga una serie de superhéroes mejor que esta joya de HBO Max. Puedes verla ahora mismo. Y deberías hacerlo.
En 3DJuegos | Me da igual cómo se ponga Alan Moore, yo necesito saber cómo termina de verdad la mejor historia de Batman y El Joker
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