Nuestros compañeros de Allociné nos recuerdan cómo, a veces, los grandes iconos de Hollywood se convierten en auténticas estrellas gracias, o por culpa, de factores completamente inesperados. En el caso del inolvidable Charles Bronson, el hombre de rostro pétreo y presencia imponente que definió el cine de acción de los años setenta, ese factor fue el miedo político. Un miedo que impregnó Hollywood durante los años más oscuros de la llamada caza de brujas anticomunista en Estados Unidos.
Charles Bronson no siempre se llamó así. Su verdadero nombre era Charles Dennis Buchinsky, hijo de un minero lituano que creció en la pobreza en el pequeño pueblo de Ehrenfeld, Pensilvania, y que llegó a trabajar él mismo en las minas antes de alistarse en el Ejército del Aire durante la Segunda Guerra Mundial. Tras el conflicto, Bronson descubrió su vocación por la interpretación y comenzó a abrirse camino en Hollywood en los años cincuenta. Sin embargo, en 1954, cuando su carrera ya había comenzado a despegar, decidió dar un giro radical y adoptar el nombre con el que se haría inmortal.
"Hollywood estaba asustado"
En una entrevista concedida en 1981 al programa de Stuart Rosenthal, mientras promocionaba Death Hunt, Bronson explicó las verdaderas razones detrás de su cambio de nombre. "Dos personas me animaron a hacerlo: mi exmujer y mi agente. En aquella época, McCarthy era muy popular. Perseguía a los comunistas. El representante de Rusia en Estados Unidos era Vyshinsky, y yo me llamaba Buchinsky, y sus nombres eran muy parecidos", recordaba el actor.
Los Siete Magníficos
El miedo de Hollywood a verse asociado con cualquier posible simpatía comunista era real. Durante los años cuarenta y cincuenta, el Comité de Actividades Antiamericanas se encargó de investigar supuestas infiltraciones comunistas en la industria del entretenimiento. En 1947, el comité celebró audiencias que acabarían con la creación de la temida "lista negra de Hollywood", en la que más de trescientos actores, guionistas y directores fueron señalados por negarse a declarar o por haber tenido vínculos con organizaciones de izquierda. Algunos, como los célebres Diez de Hollywood, fueron encarcelados o exiliados; otros, directamente, no volvieron a trabajar.
"Hollywood estaba asustado y no contrataban a alguien llamado Buchinsky", dijo Bronson con amarga ironía. “Tenían miedo de ser blanco de ataques, de estar en el punto de mira del macartismo. Así que pensé: '‘¿A quién le importa? Me cambiaré el nombre'.”
Hasta que llegó su hora
El nacimiento de Charles Bronson, la leyenda
Ese mismo año, 1954, el actor apareció en los créditos de Vera Cruz de Robert Aldrich aún como Buchinsky, pero poco después debutó oficialmente como Charles Bronson en El águila solitaria de Delmer Daves. El cambio fue discreto pero decisivo. En apenas una década, Bronson pasó de papeles secundarios a convertirse en un rostro recurrente en clásicos como Los siete magníficos (1960), La gran evasión (1963) o Doce del patíbulo (1967). Casi nada.
A finales de los sesenta, se convirtió en una auténtica estrella internacional gracias a Hasta que llegó su hora (1968), de Sergio Leone, y al reconocimiento del público europeo, que le veía como el arquetipo del héroe silencioso y endurecido por la vida. En los años setenta, su colaboración con el director Michael Winner consolidó su imagen en el cine de acción con títulos como Chato el apache (1972), El mecánico (1972) y El justiciero de la ciudad (Death Wish, 1974), donde interpretó a un hombre corriente empujado a la violencia.
Un reflejo del miedo
El cambio de nombre de Charles Bronson fue, en realidad, una muestra más del poder del macartismo para moldear la cultura popular estadounidense. La caza de comunistas impulsada por McCarthy y el clima de paranoia que se vivía en Hollywood forzaron a muchos artistas a ocultar su origen o modificar su identidad para seguir trabajando.
Bronson lo asumió con pragmatismo, pero aquella decisión también simboliza el modo en que el miedo puede reescribir hasta los nombres de quienes se dedican a contar historias. Su carrera posterior, marcada por personajes silenciosos, endurecidos y nobles a su manera, pareció reflejar esa misma tensión: la del hombre que sobrevive sin quejarse, que no abandona, que nunca deja ver sus heridas, como escribió el crítico Stephen Hunter.
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