Pese a lo mucho que creemos conocer de Japón, los dimes y diretes a los que se ha enfrentado el país asiático en toda su historia se nos escapan más de lo que creemos. Lo hace hasta el punto de que el éxito de Kimetsu no Yaiba, conocida como Guardianes de la Noche por estos lares, sea una metáfora de un tiempo muy concreto del país en el que todo, desde sus adolescentes luchadores hasta la expansión de los demonios y su sed de sangre, tiene una referencia histórica a la que agarrarse.
Aunque Koyoharu Gotouge nunca ha apuntado directamente a su intención de replicar esa época de Japón, las referencias de la mangaka detrás de Kimetsu no Yaiba son más que suficientes para establecer esa relación. Una correlación muy directa entre lo que la serie o la película Demon Slayer: La Fortaleza Infinita establece como fantasía y que, a poco que te sumerjas en ese periodo histórico, empieza a mostrar una cruda realidad con sospechosas similitudes.
El impuesto de sangre que convulsionó Japón
A mediados del 1800, con Japón volviéndose plenamente consciente de hasta qué punto está notablemente atrasado frente a la expansión de otros países y su militarización, el país asiático decide abrirse al cambio abandonando su particular feudalismo y buscando cómo modernizarse. El paso no sólo implica acabar con los feudos para centralizar el poder del estado al máximo, también pasa por seguir los pasos de Occidente en lo que respecta a su ejército, su administración gubernamental y hasta la escolarización de sus niños.
El problema es que lo de quitarse de en medio a señores feudales cargados de samuráis implica que estos se vuelvan contra el propio estado, y si quiere hacer crecer su ejército, tarde o temprano tendrá que recurrir al resto de la población. En 1873, el gobierno Meiji instaura el servicio militar obligatorio y, quienes hasta ahora trabajaban en el campo sabiendo que los que irían a la guerra serían samuráis y ronin a sueldo, deben abandonar a su familia para cubrir los huecos que el cuerpo militar necesita.
Es justo aquí donde vemos el primer paralelismo entre lo visto en Kimetsu no Yaiba y los acontecimientos históricos que vivía Japón. Si los adultos que aparecen en el manga o la serie se pueden contar con los dedos de una mano es precisamente porque, entre la alta mortalidad de la época y la necesidad de sumarse al ejército, muchas familias de campesinos se encontraban frente a esa desprotección que dejaba a los pueblos plagados de mujeres, niños y adolescentes, pero sin los varones adultos que hasta el momento cuidaban de las tierras y su hogar.
A esa militarización del país se sumaba un problema adicional. En la Ordenanza de la Conscripción que anunciaba ese servicio militar obligatorio se utilizó el término francés impôt du sang, que se utilizaba en el país galo para hacer referencia al deber de estar disponible para el servicio del rey, y que luego saltó como forma de referirse al servicio militar obligatorio. Cuando el término llegó a los campesinos, que no habían oído hablar de un impuesto de sangre en su vida, su ya de por sí delicada situación empeoró aún más.
El extranjero como demonio
Frente a quienes se sublevaron contra el gobierno por quitarle a los adultos que trabajaban sus campos, y también escolarizar a los niños que debían hacer lo propio en ausencia de sus padres, se sumaron todos aquellos que pensaron que el impuesto de sangre hablaba de un requerimiento literal. El rumor de que el gobierno acudiría a los pueblos para quitarles la sangre y venderla a los extranjeros para crear medicinas y vete a saber qué retorcidos rituales, hizo el resto.
Pese a que el motín fue reprimido con dureza, esa animadversión hacia los extranjeros que acudían al país para quitarles la sangre no frenó. Abrirse al mundo para adoptar avances como la electricidad, la moda o la locomotora (no, lo del arco del Tren infinito tampoco es casualidad), también suponía enfrentarse a la idea de que se estaban quedando atrás, así que Japón fue apostando poco a poco por un cierre ideológico en el que la propaganda, pintando al extranjero como un monstruo, caló muy fuerte entre la población.
Lo hizo hasta el punto de convertir una catástrofe como la del Gran Terremoto de Kanto de 1923 en una cuestión de estado. La realidad era que el episodio terminó generando incendios y destrozos que se cobraron miles de vidas, pero frente a la paralización de las comunicaciones, los bulos empezaron a crecer como la espuma entre la población. La tensión con Corea hizo que las autoridades hablasen de una amenaza invisible oculta entre la población y, valiéndose de palabras específicas para detectar acentos no japoneses, empezaron a cazar extranjeros.
La idea de una amenaza difusa, incapaz de verse a simple vista y sedienta de sangre nipona, ayudó a hacer crecer la idea de los extranjeros como demonios. Un nacionalismo exacerbado que se refleja en la iconografía de guerra y su propaganda y que, sumado a la sangre y la desaparición de adultos de la vida diaria, muy probablemente ya no te dejará ver Kimetsu no Yaiba de la misma forma. Seguro que ahora también entiendes mejor por qué, pese a las similitudes de vestuario, electricidad, locomotoras y todo lo demás, la autora del manga no tiene ninguna intención de mojarse con esa comparativa.
En 3DJuegos | Japón se ha tragado su chovinismo con una medida insólita: apoyarse en Corea del Sur para conseguir su bien más preciado
Ver 0 comentarios