Vikings nos vendió que era una serie sobre vikingos con cierto rigor. No acertaron ni en el pelo

Vikings nos vendió que era una serie sobre vikingos con cierto rigor. No acertaron ni en el pelo

  • Éxitos como el de Vikings en Netflix nos han hecho ver a los vikingos de una forma.

  • En realidad poco tiene que ver con lo demostrado por la historia y el ADN.

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Vikings
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Rubén Márquez

Editor - Trivia
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Rubén Márquez

Editor - Trivia

De la mano de todas esas series y películas que han abordado la historia de los vikingos nos hemos creado una imagen mental de cómo eran aquellas tribus bárbaras del norte de Europa. Si cerramos los ojos y pensamos en ellos, nos imaginamos a grandes guerreros de tez blanca, pelo rubio, suciedad entre las uñas y una irrefrenable necesidad de arrasar con todo lo que tenga por delante. Recientes investigaciones históricas demuestran que, entre lo que vendían superproducciones como Vikings y la realidad de aquella época hay pocas similitudes. 

Según expertos como Roland Scheel, de la Universidad de Gotinga, todo lo que creemos saber sobre el Imperio Vikingo es completamente falso. Una invención a la que el romanticismo del siglo XIX colocó sus cascos con cuernos y que la política posterior fue moldeando a su antojo para dar forma a la simbología de una raza pura, valiente y unificada por la violencia. Todo lo que sabemos procede de monjes cristianos que, un siglo después de sus primeros encontronazos, demonizó su imagen hasta dar forma a la idea vikinga que se ha convertido en estándar de la cultura pop. 

Lo que la historia y el ADN cuenta sobre los vikingos

Lo primero que destacan los expertos sobre esa idealización de su cultura es que ser vikingo no era una cuestión de ADN, sino un trabajo. Tras analizar más de 400 esqueletos de aquella era en la sociedad escandinava, la idea de una civilización unificada y de raza pura queda completamente descartada. No es sólo que su flujo de inmigración fuese enorme, demostrándose que la variedad genética va desde el sur de Europa hasta Asia, sino que además tener el pelo rubio es más común ahora de lo que lo era entonces. 

Ser vikingo era una profesión enfocada a quienes salían de expedición, no una característica étnica, y ni siquiera ese apunte sobre los viajes en barco y saqueos era completamente cierto. Si bien es cierto que expediciones y ataques como el de Lindisfarne fueron lo suficientemente importantes como para acaparar la atención, su exitoso modo de vida no venía de ahí, sino de una red comercial abismal que llegaba desde las costas de Canadá hasta Mesopotamia. 

Así lo demuestran las estatuillas de Buda o elementos con inscripciones árabes encontrados en sus tumbas, lo que por otro lado rememora un aspecto clave de la sociedad vikinga que a menudo se olvida en esas series y superproducciones, que durante cierto momento de la historia fueron una de las flotas de comercio de esclavos más grandes del mundo.

Incluso aquellos aspectos más loables de su día a día, las historias que hablan sobre su libertad de género, la gestión de tribus como parte de una democracia moderna, y cómo unas y otras ideas les habían llevado a dar forma a un Imperio Vikingo unificado e imbatible a lo largo de Dinamarca y Noruega, son sólo un cuento moderno idealizado que poco o nada tiene que ver con la realidad. 

Ni libres, ni demócratas, ni avanzados a su época

Figuras como la de Ladgerda de la serie Vikings, sumadas a todos esos otros ejemplos que nos vienen a la mente al visualizar a las mujeres vikingas como guerreras que luchaban codo con codo con el resto de hombres, son un constructo que queda muy lejos de lo que históricamente demuestran estudios como el citado. Si bien es cierto que estaban adelantados a la sociedad cristiana de la época y que sus mujeres podía divorciarse y poseer tierras, las tumbas de grandes guerreras pueden contarse con los dedos de una mano. 

Por lo general, quedaban relegadas a papeles rituales y políticos de una sociedad cuyas asambleas de gobierno, esas famosas imágenes de vikingos debatiendo de tú a tú entre todos, también son un invento que nos hemos sacado de la manga. Había participación, sí, pero cualquier voz corría el riesgo de quedar acallada de no ser porque perteneciera a las élites más poderosas.

Eso mismo nos lleva a desmontar también la idea de un Imperio Vikingo unificado que se regía desde un trono central. La Escandinavia de la época era una colección de pequeños reinos que rivalizaban constantemente entre sí y que, salvo contadas excepciones de unificación vividas hacia el final del siglo XI, poco antes de que desaparecieran, estaba profundamente fragmentada. 

Hasta la obsesión por los cascos con cuernos y toda esa simbología no es más que un invento sin base histórica a la que agarrarse. Fue sólo la respuesta del diseñador de escenarios de Wagner para dar forma a una sociedad tan extraña como intimidante ante el estreno de El anillo del nibelungo en la ópera de 1876. En realidad, antes de ese momento, nadie se planteaba una rareza como esa. 

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