A finales de 2023, Francia presentaba su primer cohete espacial y, tal y como hizo España con el caso del Miura 1, se acordaba de su mayor símbolo para ponerle nombre: Baguette One. No es el único ejemplo de hasta qué punto el famoso pan se ha ganado ese reconocimiento, el propio presidente Macron lo reconocía como símbolo del país al convertirse en patrimonio cultural por la UNESCO y, más recientemente, la imagen de la baguette se extendió aún más por el mundo de la mano de Expedition 33 y el homenaje que el videojuego francés hacía al emblemático pan.
El simbolismo de la baguette en Francia no es poca cosa. Además de vanagloriarse de su invención, durante años han celebrado cómo les salvó de la hambruna en la guerra, convirtiéndose en un alimento capaz de llenar las bocas de gran parte de su población a bajo precio, y empujando a que el hábito de bajar a por una barra de pan todas las mañanas fuese parte de su identidad. Sin embargo, si a mediados del siglo XX cada francés comía una media de 700 gramos de pan al día, hoy la cifra es de apenas 100 gramos. La baguette francesa está, en cierto sentido, en peligro de extinción.
Un símbolo en peligro de extinción
Los continuos reconocimientos a la baguette como símbolo del país galo no han impedido que una sociedad más joven, moderna y concienciada tanto con el planeta como su salud, hayan ido relegando el pan a un segundo plano cada vez más difuminado en su vida. No sólo ya no hay una baguette diaria en la mesa de los hogares franceses, es que de las cerca de 50.000 panaderías que había en Francia en 1950, ahora sólo quedan unas 30.000.
Lo que queda son dos modelos que no podrían estar más alejados de ese espíritu original. Por un lado los supermercados, que han conseguido aprovecharse de la situación económica mundial para captar a unos compradores decididos a apostar por pan mucho más barato y duradero que no se queda seco a mediodía, pero también menos sano e industrial.
Por el otro, la evolución de la clásica boulangerie como arte aupado por las tendencias hipster, con panes más caros, pero de autor. Son ecológicos, más digestibles y ofrecen una mayor eficiencia energética de la que precisa la clásica baguette y su horneado, lo que arrastra a todos esos jóvenes que han relegado a la baguette a un capricho nostálgico al que acudir de tanto en tanto.
Sumemos ahí otro cambio de paradigma, el de la globalización de la comida que ha terminado desplazando a la cocina tradicional. Esos mismos jóvenes apuestan también por la comida rápida por culpa de la falta de tiempo, y con ello han terminado internacionalizando su menú de la mano de hamburguesas, kebabs y sushi que hace unos años eran impensables como dieta diaria.
Cuando veas las barbas de tu vecino cortar
El resultado lo dejan muy claro las encuestas, evidenciando que Francia ha pasado de comer baguette a diario a virar hacia alternativas más baratas y duraderas como el pan de molde. "A algunas personas mayores les gusta porque es más fácil para los dientes, y luego hay jóvenes que el pan, lo ponen en el refrigerador donde se conservará durante toda una semana y viven un poco como los estadounidenses. Es práctico".
Pese a que el chovinismo nos empuje a mirar por encima del hombro a nuestros vecinos franceses, la realidad de España no dista mucho de lo que está ocurriendo allí. Desde la explosión de la pandemia, la patronal certifica que se están cerrando alrededor de 600 panaderías al año, y el consumo de pan está muy lejos de lo que vivieron nuestros padres y abuelos.
En los años 60 la media de pan por persona y año equivalía a unos 130 kg. El último informe de 2025 apunta a un nivel mucho más bajo y, en los casos más elevados, la cifra llega a apenas 28,9 kg. Pese a ello, es un dato comprensible. La OCU alertaba de que, bajo esa cantinela del "todo está más caro", el pan no se ha quedado atrás, experimentando un encarecimiento del 29% durante la última década.
El resultado es un negocio en el que las grandes cadenas como Lidl y Mercadona se han convertido en la panadería de confianza de buena parte de la población, con el 55% de los españoles comprándolo allí. Las panaderías no se rinden, en cualquier caso, y tal y como ocurre en Francia apuestan por una reinvención que vuelva a captar la atención de los consumidores. Si lo consiguen o no, es algo que aún está por ver.
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